viernes, 14 de febrero de 2025

¡Con el morral al hombro y Chávez en el corazón: la lucha continua!

En el imaginario revolucionario, el morral del Comandante Chávez no es solo un símbolo, sino un arcón de memoria que carga las luchas de quienes, desde antes del 4 de febrero de 1992, sembraron las raíces de la rebeldía. La generación precursora, aquella que desafió dictaduras, resistió masacres y regó con sangre los caminos de la dignidad, no fue un accidente histórico: fue el germen de la Revolución Bolivariana. Sus mártires —desde Fabricio Ojeda hasta los caídos del 4 de Febrero— no son nombres olvidados, sino cimientos vivos de un proyecto que, décadas después, Chávez convertiría en bandera de pueblo. Sin su sacrificio, no habría habido un despertar.  

Chávez llegó como síntesis de esa herencia. No fue un mesías solitario, sino la voz colectiva de miles que, desde los cuarteles, las universidades y los barrios, anhelaban justicia. Su genio fue transformar el descontento en organización, la rabia en programa político. El Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), y luego el MVR y el PSUV, no surgieron de la nada: fueron el fruto de décadas de resistencia, de ensayos y errores, de líderes anónimos que, incluso sin ver la victoria, creyeron en lo imposible. La generación fundadora no solo dio forma al proceso; le otorgó identidad. 
 
Pero una revolución no se sostiene solo con nostalgia. El morral de Chávez, metáfora de su legado, exige ser cargado por nuevas manos. La transferencia generacional no es un acto protocolario, sino una necesidad estratégica. Las juventudes de hoy no son “el futuro”: son parte activa del presente. Sin embargo, heredar no significa repetir. Se trata de reinterpretar las banderas anticoloniales y socialistas en un mundo donde el imperio ya no invade con tanques, sino con algoritmos. La guerra cognitiva, impulsada desde Washington a través de redes sociales y medios hegemónicos, busca fracturar la unidad, trivializar la historia y vaciar de contenido la palabra “revolución”.  

Aquí yace el desafío: ¿cómo pasar el testigo sin perder el rumbo? La generación fundadora tiene la responsabilidad de enseñar, pero también de escuchar. Las nuevas generaciones no deben ser espectadoras, sino constructoras de un socialismo adaptado a los códigos del siglo XXI. Esto implica reconocer errores —28 de julio— sin caer en la autodenigración. La autocrítica, cuando es honesta, fortalece; la soberbia, en cambio, abre brechas para el enemigo.  

El morral de Chávez guarda herramientas para esta batalla: educación popular, comunicación alternativa, organización comunal. Frente a la guerra mediática, hay que responder con pedagogía insurgente. Las redes sociales, en manos del pueblo, pueden ser trincheras de verdad. Los jóvenes, nativos digitales, tienen la capacidad de desmontar fake news con creatividad y rapidez, pero necesitan acceso a formación política y recursos. No se trata de competir con el imperio en su juego, sino de reescribir las reglas.  

La continuidad también demanda proteger lo conquistado. Las misiones sociales, la soberanía petrolera, la diplomacia de los pueblos —logros de la generación fundadora— no son reliquias museables, sino armas para enfrentar nuevas amenazas. Sin embargo, no basta con administrar lo existente; hay que innovar. La revolución tecnológica, entre
otras masivas respuestas audaces, donde la experiencia de los mayores y la osadía de los jóvenes se complementen.  

El 28 de julio fue una advertencia: sin participación protagónica, sin empoderar a las bases, el proceso se debilita. La revolución no es un partido de élites, sino un río donde deben caber todas las corrientes. Por eso, el morral debe pasar de mano en mano, sin que nadie pretenda clavarlo como trofeo. Las nuevas generaciones no están llamadas a ser “reemplazos”, sino herederas críticas y creadoras. Como dijo Chávez: “Nosotros no somos dueños de la historia, somos sus servidores”.  

Que el morral no se convierta en carga, sino en brújula. La Patria que soñaron los precursores, que Chávez hizo posible y que hoy defendemos, solo perdurará si entendemos que la revolución es un acto de amor colectivo que trasciende generaciones. A los jóvenes: estudien, organicen, cuestionen. A los fundadores: guíen, confíen, liberen espacios.

Juntos, como un solo pueblo, llevaremos este legado hasta la victoria final.  

¡Con el morral al hombro y Chávez en el corazón: la lucha continua!

Chávez vive en el pueblo organizado…!

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